Las privaciones de la cuaresma en el siglo XXI

O cómo ser buen cristiano sobre el papel y no morir de hambre en el intento

Qué duro es pasar hambre, lo sabe mucha gente en estos momentos de crisis, y no por decisión propia precisamente. El abstenerse de comer ciertos alimentos como expiación personal es muy respetable, más si se siguen las directrices católicas al pie de la letra, que invitan en estas fechas a la «solidaridad efectiva con los que ayunan forzosamente», una decisión muy loable y de admirar. Pero los hay que oyeron lo de prescindir de la carne los viernes de cuaresma y no siguieron escuchando, cuando las cosas hay que saber interpretarlas con cabeza y no limitarse a ser borregos que repiten comportamientos aprendidos.

Los 40 días de la cuaresma tienen su origen en el simbolismo de este número en la biblia: los días que duró el diluvio universal, los años del éxodo judío, el tiempo que pasó Jesús en el desierto… fases todas de sacrificio. Durante este tiempo de arrepentimiento para los cristianos, en el que intentan acercarse más a Dios, son elementos importantes el ayuno y la abstinencia, símbolos de una «renuncia».

La abstinencia se practica los viernes y consiste en no comer carne, por considerarla un lujo. Cierto es que un chuletón pone ojiplática a más de la mitad de la población y que suele resultar más tentador que una ensaladita, pero señores, seamos realistas: ¿qué tiene de abnegado renunciar un día a la carne si en lugar de eso me meto una mariscada entre pecho y espalda? ¿Qué esfuerzo realizo si en lugar de cocinar un cuadrúpedo tomo un potaje como efectivamente Dios manda en esta época, y dejo sitio para los buñuelos de postre y las cañas de media tarde que hagan falta con sus correspondientes tapitas, veganas, eso sí?

No nos quedemos en la superficie de las costumbres, y si queremos comprometernos con algo vayamos al fondo; porque renunciar a parte de nuestros privilegios para cedérselos a los más necesitados es algo encomiable más allá de las creencias religiosas de cada uno, pero no nos engañemos: limitarse a decir «hoy no como carne» y seguir dándonos caprichos varios no nos convierte en mejores cristianos, y mucho menos en mejores personas.

8 de marzo

Hoy es el Día Internacional de la Mujer. Un día como hoy en 1857, cientos de trabajadoras de una fábrica de Nueva York marcharon para reivindicar la igualdad de salarios; la policía las dispersó de foma brutal, matando a 120 mujeres. Desde entonces seguimos reivindicando la igualdad cada 8 de marzo,«para conmemorar la lucha histórica por mejorar la vida de la mujer».

Es cierto que hemos avanzado mucho, aunque no tanto como muchos quieren creer: ahora podemos votar igual que los hombres, la Constitución incluye un artículo en el que se nos reconocen los mismos derechos…y hasta aquí puedo leer.

Los políticos se empeñan en demostrarnos que este tema les preocupa mucho, creando por ejemplo el Ministerio de Igualdad. De vez en cuando lanzan una nueva propuesta súper innovadora y se supone que nosotras debemos aplaudir hasta con las orejas.

Los discursos se alargan para incluir todos los sustantivos en masculino y femenino. Se reinventa el castellano para hacerlo más afín a nosotras, porque si hacemos homenajes somos machistas, ya que es una palabra que proviene del latín «homo», que significa hombre (olvidan que también humanidad), así que hay que sustituirlos por mujeraje y así evitar la discriminación lingüística. Por el mismo motivo piden quitar «de los diputados» del Congreso.

Cambian los semáforos para ponerlos con siluetas que lleven falda y así representar a ambos géneros, algo que por cierto creo que consigue el efecto contrario al identificar a cada sexo con un tipo concreto de prenda. Con lo que lucharon tantas mujeres para poder usar el pantalón, que era considerado símbolo de poder.

Mientras tanto, el paro femenino sigue siendo mucho superior al masculino. Hay mujeres que aún perciben un salario menor por realizar el mismo trabajo, y tienen menos oportunidades de promocionar.

Cuando en un bar una mujer pide una cerveza y el hombre un refresco, hay una alta probabilidad de que la bebida alcohólica se la sirvan a él. Y tendrá suerte si al llegar a casa él «ayuda» en casa, porque claramente le estará haciendo un favor ya que las domésticas son unas tareas destinadas a las féminas.

Continúan aumentando los casos de violencia machista y no conseguimos erradicar el estigma de hacerlas culpables a ellas en muchos casos, como si vestir de cierta manera fuera motivo suficiente para agredirlas. Una mujer no puede volver sola a casa a partir de cierta hora, y mucho menos viajar sin compañía masculina: si lo haces, atente a las consecuencias.

Tenemos que aguantar que no baste con un sólo «no» para que nos dejen tranquilas. Si vivimos nuestra sexualidad como queremos somos unas frescas mientras que es algo completamente normal en los hombres.

Son nuestros baños los que tienen los cambiadores de bebés. Porque todavía está estandarizado que las mujeres deben casarse y tener hijos, si no ¿qué sentido va a tener su vida? Terminará siendo una solterona y los demás le supondrán alguna tara y le imaginarán rodeada de gatos. Mala suerte, porque si hubiera nacido hombre sería el soltero de oro y se le rifarían.

Pero no se crea que si es madre se librará por fin de los clichés. Porque si tiene un niño deberá vestirle de azul y a la niña de rosa y ponerle pendientes, en caso contrario prepárese para confusiones y críticas. Podría seguir indefinidamente.

A mi todas estas chorradas de los políticos me parecen cortinas de humo, porque seguimos estando rodeadas de desigualdades, machismos y micromachismos. Es un lavado de cara muy superficial, más aún, es un maquillaje para que no veamos la roña de debajo.

Así que creo que tenemos poco que celebrar y mucho por lo que seguir luchando. Que gasten el dinero de los ciudadanos y ciudadanas en crear una legislación laboral más justa y en una mejor educación, que es donde empieza todo.

El 8 de marzo que no necesitemos reivindicarnos, ese será el que felicitaré a todas las mujeres.